El día era lluvioso y frío. Bruce Reese estaba en la
comisaría de policía ordenando los papeles de su escritorio cuando tres monjas
entraron causando un gran estrépito. La más vieja de las tres había resbalado,
seguramente a causa de la conspiración entre la lluvia y el escurridizo suelo,
y las otras dos la intentaban poner en pie.
-¡Señoras…! –decía Bruce corriendo a socorrerlas –Hermanas…
como sea. ¿Se encuentra bien?–preguntó a la que se había caído después de
levantarla.
La monja miró a las demás sin contestar nada.
-Sor Clotilda no puede hablar, ha hecho un voto de silencio
–anunció la monja de mediana edad, la cual llevaba unas gafas de culo de vaso
con un cristal empañado y polvoriento.
Perplejo, Bruce las invitó a sentarse en su escritorio para
hablar de lo que fuese que las había llevado hasta allí.
-¿Y bien? ¿Tienen algún problema?
Sor Clotilda y la monja más joven miraron a la de las gafas
sucias mientras hacían gestos extraños con las manos.
-Ya, ya… ¡ya se lo digo! –exclamó ésta –¡Ay señor! Verá, Sor
Clotilda y Sor Azofaifa no pueden hablar por el motivo antes mencionado. Yo soy
la hermana Sor Bandurria, responderé sus preguntas. Hemos venido para denunciar
la desaparición del padre Casimiro, que Dios lo ampare.
-¿Cuándo lo vieron por última vez?
-Hace tres días, que Dios lo ampare. No hemos vuelto a saber
nada de él desde que se fue.
-¿Tienen idea de adónde iba?
-Nosotras cocinamos pescado para la beneficencia. Con la
subida del IVA, el padre Casimiro, que Dios lo ampare, pensó que nos saldría
más económico si él iba a pescar los peces. Fue al río entonces y todavía no ha
vuelto ni se ha puesto en contacto con ninguna de nosotras.
-Necesitaré una foto del padre Casimiro para poder
identificarlo –dijo Bruce antes de que Sor Bandurria le tendiese una fotografía
del carnet de socio del grupo de autoayuda “Canciones Celestiales” -. Pueden
estar tranquilas, lo encontraremos. Las avisaremos en cuanto tengamos
novedades.
Bruce preparó un equipo de búsqueda para ir al río en busca
del párroco desaparecido. Se pasaron la mañana buscando a lo largo del río y
los alrededores algo que pudiese indicar que el padre Casimiro había estado
allí. No fue hasta el mediodía cuando llegaron hasta la altura de la presa y
encontraron un pequeño barco de pesca encallado en la otra orilla.
-Que alguien me traiga ese barco. Mallory, tú entras conmigo
a echar un vistazo. Si no encontramos nada llamaremos a criminalística.
Los guardias de la presa ayudaron a la policía a llevar el
barco a la orilla en la que se encontraba todo el equipo de búsqueda. Reese y
Mallory subieron en busca de pruebas.
-No hay señales de violencia –dijo Mallory -, aunque aquí hay
un zapato. ¿Crees que se habrá caído al agua?
-No tengo ni idea. Quiero que se realice una búsqueda
intensiva por todo el río hasta encontrar al cura –ordenó Bruce a su equipo al
bajar del barco.
-¡Pero hemos estado buscando toda la mañana! –se quejó Mallory
–No hemos encontrado nada útil, ni lo haremos. Si se cayó al agua tan cerca de
la presa lo más probable es que se haya ahogado. A estas alturas ya será comida
para los peces.
-¿Sí? Pues coge una caña y pesca al que se lo ha comido.
Se pasaron el día escudriñando el río de arriba a abajo sin
suerte. Llegaron tarde y bastante cansados a la comisaría. Bruce se dejó caer
en su silla de forma brusca y se pasó la mano por la cara.
-Te dije que no íbamos a encontrar nada allí –dijo la agente
sentándose sobre el escritorio y mirándolo con aire de compasión.
-Es imposible que alguien desaparezca así. Tomaremos el
secuestro como una posibilidad.
-Nadie ha pedido un rescate.
-Tal vez no pretendían devolverlo. Mañana iré a ver la casa
del cura y hablaré con las hermanas.
El padre Casimiro vivía en un ático a lo alto de la iglesia al
lado de las escaleras del campanario. Consiguieron una orden de registro,
aunque las monjas parecían colaborar con la policía en todo lo que podían. No
tenía mucho. Un escritorio, un armario y una mesita de noche al lado de la
cama. Por eso era realmente difícil esconder algo gordo allí.
-Eh, Reese, échale un vistazo a esto –anunció Mallory
sacando un paquete de unos tres kilos de cocaína del cajón de la mesita.
-Copón de Cristo… ¡vaya con el cura! Reúne a las monjas. O
mejor llama sólo a la que puede hablar, esto es desesperante.
Llevaron a Sor Bandurria a la comisaría para interrogarla a
pesar de que ella gritaba como loca que no tenía nada que decir. Tuvieron que
arrestarla por meterle a un agente un crucifijo de madera en el ojo.
-Sor Bandurria, ¿había visto esto alguna vez? –preguntó Bruce
poniéndole delante el paquete de cocaína.
-No –afirmó ella desviando la mirada.
-¿Sabe qué pienso? Que está mintiendo. Mentir está muy feo y
además es pecado, pensé que alguien como usted lo tendría más en cuenta.
La monja dio un largo suspiro, se quitó las gafas y limpió
el cristal limpio, sin tocar el otro lleno de polvo, antes de volvérselas a
poner.
-Sí –dijo ella secándose el sudor del labio superior con el
dorso de la mano.
-¿Sí qué?
-Sí lo había visto antes –respondió con nerviosismo.
Bruce sonrió y se cruzó de brazos. Miró fijamente a la
monja, cuya cara perlaba el sudor, y se inclinó hacia ella.
-Cuénteme todo lo que sepa.
-Ya nadie dona dinero en las recolectas de los domingos,
¿sabe? La gente sólo deja calderilla. Y los que seguimos el camino de Dios
también tenemos que comer. Un vagabundo acudía bastante seguido para confesarse
porque robaba carteras, y un día salió el tema de la venta de cocaína. Él la
conseguía y el padre Casimiro, que Dios lo ampare, negociaba con los cárteles
colombianos… después se repartía el dinero.
-¿Habían más de éstos –preguntó señalando el paquete- en el
ático del párroco?
-Sólo dejó ese allí. Se llevó otros dos con su barco.
-¿No iba de pesca?
-No, se conoce que el intercambio siempre era en el río.
-¿Por qué mintió sobre eso también?
-Me cago en la hostia consagrá, hijo mío, ¡pues porque es
ilegal!
-Ya veo. ¿Sabe con quién negociaba exactamente?
-Una banda que hacía de intermediaria… los Cuerdos del
Prado, se llaman.
-¿Los… Cuerdos del Prado? ¿En serio?
-¡Sí, sí! ¡Eso he dicho, la virgen! ¡Que está sordo ahora también
el policero!
-Encontraremos al padre Casimiro –le dijo Bruce levantándose
de su silla -, y ya hablaremos más tarde de la venta de droga.
Al salir por la puerta, Mallory lo esperaba con un fajo de
papeles.
-Vi el interrogatorio, no es necesario que me cuentes nada.
He buscado también toda la información que he podido sobre los Cuerdos del
Prado, aquí aparece una dirección.
-¿Te has dao cuenta tú también, no?
-¿De qué?
-¡Han parodiado al Loco de la Colina!
-No sé de qué me hablas. Vamos.
Llegaron hasta una casa abandonada y con granero que olía a
pólvora a las afueras del pueblo. Tocaron a la puerta y se identificaron para
que los dejasen pasar. Al no obtener respuesta, Bruce fue por la puerta de
atrás para ver si había alguien en la casa.
Con la pistola en alto, entró por una puerta que daba a la
cocina, y el corazón casi se le sale del pecho al verse rodeado entre las
llamas. Gritó a Mallory para que fuese a buscar ayuda mientras él se adentraba
en la casa para asegurarse de que no había nadie.
Debía haberlo sabido al sentir el olor a pólvora al llegar. El
fuego todavía no era muy potente, por lo que pudo distinguir con claridad al
padre Casimiro y a un hombre gordo y moreno tumbados en el suelo del salón con
la tele encendida. Como pudo, se echó al párroco sobre los hombros e intentó
arrastrar a su corpulento amigo hacia la salida.
El fuego se avivaba y el humo a penas lo dejaba respirar. Consiguió
seguir avanzando entre toses, pero cuando se encontraba a un par de metros de
la puerta, cayó al suelo y se desmayó.
Despertó en el hospital y la primera imagen que tuvo fue la
del inspector Rasnick sentado a su lado.
-Inspector… ¿qué pasó? ¿Está bien el cura?
-Lo cierto es que no. Tu compañera llamo a los bomberos, y
éstos llegaron a tiempo para sacaros a los 3 intactos de la casa. Sin embargo,
ellos ya estaban muertos. Al hacerles la autopsia pudimos comprobar que les
habían echao droga en el Colacao… murieron de sobredosis.
-¿Qué hay de las monjas?
-Arrestadas por narcotráfico. La semana que viene irán a
juicio.
-¿Y el incendio?
-Ah, el incendio… Después de una profunda investigación,
descubrimos que los Cuerdos del Prado vendían Peta Zetas con bastante
regularidad a Barney Green. Al parecer se equivocaron con su último pedido y le
dieron una bolsa de sacarina por error. Green se cobró ese error quemándoles
toda la mercancía del granero y su guarida.
-¿Barney Green está metido en todo esto? ¡Pues vamos a por
él!
-No, nosotros no. Han venido del EDSPGA, ellos se ocupan del
caso a partir de ahora. Y te han traído una gorra –le dijo el inspector con una
sonrisa mientras le tendía una gorra roja con las siglas del EDSPGA bordadas en
negro.
Bruce Reese se quedó solo en la habitación del hospital con
su nueva gorra sobre la cabeza mientras reflexionaba sobre todo lo ocurrido y
sobre el descarado plagio del nombre de los Cuerdos del Prado.