Hace unos meses perdí a mi hermano, literalmente hablando.
No sé dónde está.
Mi hermano mayor Henry se vino a vivir conmigo hacía poco
porque había encontrado trabajo haciendo prácticas en la comisaría de policía
de mi ciudad. Una noche no regresó a casa. Ni a la otra, ni a la otra, ni a la
otra. Así durante ocho meses.
Al principio no le di importancia, pero cuando vi que no
podía dar con él comencé a preocuparme y empecé a beber y a drogarme. Perdí el
vicio una noche en la que me encontré a Belén Esteban pidiéndole coca a mi
camello sin tener pasta y éste y sus matones la apalearon y la tiraron a una
cuneta mientras ella gritaba “pues aun tengo mono, ¿vale?” como una loca. No es
que me importe que zurraran a Belén Esteban, sino que yo también estaba sin
blanca y había ido con el mismo propósito que ella. No quería acabar así, de
modo que me puse a investigar acerca de mi hermano hasta que conseguí un
nombre. Bruce Reese. Y aquí estoy, sentado en la comisaría esperando a que el
señor Reese pueda hablar conmigo.
-Señor Conway, su mesa está por ahí –me dijo una mujer del
pelo a lo afro que me hizo saltar de mi asiento con su repentina aparición.
Me dirigí hacia donde ella me había dicho y me senté frente
a un hombre de mediana edad con el pelo corto y rubio, ojos azules y cara de no
haber dormido nada. Claramente hacía días que no se afeitaba, aunque su traje
estaba bien planchado.
-Michael Conway… me suena tu nombre. Y tu cara. ¿Nos hemos
visto antes? –preguntó él.
-No, nunca. Soy hermano de Henry, él estuvo trabajando aquí
hace ocho meses.
-¡Claro, Henry Conway! Por supuesto que lo recuerdo, ese
chico se había aliado con el karma para dejarme sin corbatas. Os parecéis
mucho, ¿cómo está?
-Desaparecido. No sé nada sobre Henry desde que trabajó aquí. Un
día dejó de aparecer por casa y nunca más pude contactar con él.
-Se fue después de equivocarse con un caso.
-¿Se fue? ¿A dónde?
-Eso no lo dijo a nadie. Recuerdo que estaba empecinado con
encontrar una cabaña en la que vivía Barney Green.
-¿El tipo que quema a la gente?
-El mismo, ¿has oído hablar de él? –preguntó entrecerrando los
ojos.
-Sale mucho en las noticias. Oiga, me gustaría saber cuál
fue el último lugar en el que estuvo.
Me dio un papel con una dirección que me llevó hasta una
montaña. A mí nunca me gustó la montaña ni los bichos ni los senderos que te
alejan de la mano de Dios. Admito que no sentía simpatía por el ambiente, sólo
debía seguir por Henry.
Había caminado ya varios kilómetros cuando me encontré a un
viejo pequeñito con una barba canosa que le arrastraba por los suelos y vestía
una sotana azul marino.
-¿Quieres una estampita? – preguntó amablemente el
viejecillo.
-No, gracias. Es que… soy judío. – le mentí, sí, pero no llevaba suelto y me sabía mal no comprarle una estampita.
-Cállate sarnoso. Mira, también vendo crucifijos.
-¿Crucifijos…?
-Sí. Sale Jesús crucificado en una cruz, ¿quieres uno?
-No.
-También tengo figuritas. Tengo una de un mono enjaulado en
una jaula.
-¡No quiero nada de sus artículos de contrabando, me está
haciendo perder el tiempo!
-¡Veste a la mierda, mugroso descarao! ¡¿No quieres comprar
una estampita?! ¡Pues no te doy una estampita!
Le di la espalda al viejo y comencé a andar rápidamente. Aún
así podía oír lo ofendido que estaba por la juventud de hoy en día y su enfado
por haber perdido una compra.
-…¡¿Qué no quieres un mono enjaulao en una jaula?! ¡Pues no
te doy un mono enjaulao en una jaula, mira tú qué problema! ¡Listillo repeinao! ¡Infiel!
Estaba tan preocupado por no preocuparme por el abuelo que
me perdí. Pronto me vi rodeado por árboles, y seguramente hubiera empezado a
llorar de no ser por una casita que estaba cerca del río. Toqué a la puerta con
la esperanza de que alguien me abriera y me indicase dónde me encontraba. Una
señora mexicana con un vestido rosa y unos guantes de fregar verdes fue quien
salió de aquella cabañita.
-Señor astronauta no aquí… –me dijo ella con impaciencia en
la voz.
-¿Astronauta? ¿Qué…? No, mire, me he perdido y me gustaría
saber dónde…
-No, no… –interrumpió para después ir cerrando la puerta poco
a poco.
-¡Espere! ¡Necesito su ayuda!
-No tenemos dinero…
-No quiero dinero, quiero una indicación. Si sólo…
-No, no… -volvió a interrumpir.
-¡Pero oiga…!
-No, no… -dijo
elevando la voz mientras negaba con la cabeza y después cerró de un portazo.
Volví a quedarme sólo en medio del bosque sin saber a dónde
ir. Me entró sed y me acerqué al río, y cuando me agaché para beber, mis ojos
no creían lo que veían. Entre hojas y ramas se escondía el bolígrafo de mi
hermano. Me encontraba en el mismo lugar en el que él había estado, y aunque no
tuviera más pistas, me sentía muy cerca de lo que buscaba.
Victorioso, me levanté y me puse a bailar el Gangnam Style
para celebrarlo. Mientras bailaba, golpeé una roca que había a mi lado que, en
lugar de rodar del sitio, abrió una trampilla en el suelo sólo a un par de
centímetros a mi lado. Me agaché y miré por ella, aunque no conseguí ver nada
ya que estaba muy oscuro. Antes de que pudiera volver a ponerme en pie, dos
hombres vestidos con traje y sombrero llegaron y me golpearon en la cabeza
dejándome inconsciente.
Me desperté en una sala completamente blanca. Mis muñecas y
mis tobillos estaban sujetos a una silla mediante correas y dos focos de luz
blanca apuntaban a mi cara.
-¿Quieres jugar a un juego? –escuché detrás de mí.
-¡¿Qué?!
-Na, era broma. ¿Cómo está esa cabeza? –dijo un tío calvo y
gordo sonriendo.
-¿Dónde estoy? –le pregunté aturdido.
-En el edificio del EDSPGA. Debería haberte traído un
ibuprofeno.
-¿Qué hago aquí? ¿Qué sucede?
-Has encontrado la guarida de Barney Green, eso sucede. Por
el bien de la humanidad no podemos dejar que eso salga a la luz.
-¿Lo protegéis? ¡Ese golpe podría haberme matado!
-No, nosotros somos los buenos. Y tú también eres bueno.
-¿Lo soy?
-Claro. Ya sabes… en las películas los buenos nunca mueren,
sólo se hacen mucha pupa.
-Entonces debo ser un santo. ¿Saben dónde está mi hermano?
-Tu hermano también era de los buenos. Al igual que tú,
encontró la guarida de Green… solo que él tuvo la mala suerte de quedarse
encerrado allí dentro y morir quemado.
-¿Murió quemado? ¿Pero no acaba de decir que los buenos no
mueren?
-Eso son matices. Oye, ¿has visto alguna vez Men In Black?
–dijo escondiendo una mano tras su espalda.
-Sí. ¿Qué importancia tiene eso ahora?
-Ninguna, solo que voy a flashearte –dijo volviendo a
mostrarme su mano y apuntándome con un inesperado utensilio que acababa de
sacar detrás de su espalda.
-¿Con una plancha? –pregunté burlándome de él.
-¡Es una plancha flasheadora, yo elegí el modelo! Y ahora,
espero que te guste tu nueva vida –dijo antes de pulsar el botón de temperatura
baja haciendo que la plancha emitiera un flash.
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