Érase una de Dios

Posted by Unknown On 12:02 0 comentarios

El día era lluvioso y frío. Bruce Reese estaba en la comisaría de policía ordenando los papeles de su escritorio cuando tres monjas entraron causando un gran estrépito. La más vieja de las tres había resbalado, seguramente a causa de la conspiración entre la lluvia y el escurridizo suelo, y las otras dos la intentaban poner en pie.

-¡Señoras…! –decía Bruce corriendo a socorrerlas –Hermanas… como sea. ¿Se encuentra bien?–preguntó a la que se había caído después de levantarla.


La monja miró a las demás sin contestar nada.

-Sor Clotilda no puede hablar, ha hecho un voto de silencio –anunció la monja de mediana edad, la cual llevaba unas gafas de culo de vaso con un cristal empañado y polvoriento.

Perplejo, Bruce las invitó a sentarse en su escritorio para hablar de lo que fuese que las había llevado hasta allí.

-¿Y bien? ¿Tienen algún problema?

Sor Clotilda y la monja más joven miraron a la de las gafas sucias mientras hacían gestos extraños con las manos.

-Ya, ya… ¡ya se lo digo! –exclamó ésta –¡Ay señor! Verá, Sor Clotilda y Sor Azofaifa no pueden hablar por el motivo antes mencionado. Yo soy la hermana Sor Bandurria, responderé sus preguntas. Hemos venido para denunciar la desaparición del padre Casimiro, que Dios lo ampare.

-¿Cuándo lo vieron por última vez?

-Hace tres días, que Dios lo ampare. No hemos vuelto a saber nada de él desde que se fue.

-¿Tienen idea de adónde iba?

-Nosotras cocinamos pescado para la beneficencia. Con la subida del IVA, el padre Casimiro, que Dios lo ampare, pensó que nos saldría más económico si él iba a pescar los peces. Fue al río entonces y todavía no ha vuelto ni se ha puesto en contacto con ninguna de nosotras.

-Necesitaré una foto del padre Casimiro para poder identificarlo –dijo Bruce antes de que Sor Bandurria le tendiese una fotografía del carnet de socio del grupo de autoayuda “Canciones Celestiales” -. Pueden estar tranquilas, lo encontraremos. Las avisaremos en cuanto tengamos novedades.

Bruce preparó un equipo de búsqueda para ir al río en busca del párroco desaparecido. Se pasaron la mañana buscando a lo largo del río y los alrededores algo que pudiese indicar que el padre Casimiro había estado allí. No fue hasta el mediodía cuando llegaron hasta la altura de la presa y encontraron un pequeño barco de pesca encallado en la otra orilla. 

-Que alguien me traiga ese barco. Mallory, tú entras conmigo a echar un vistazo. Si no encontramos nada llamaremos a criminalística.

Los guardias de la presa ayudaron a la policía a llevar el barco a la orilla en la que se encontraba todo el equipo de búsqueda. Reese y Mallory subieron en busca de pruebas.

-No hay señales de violencia –dijo Mallory -, aunque aquí hay un zapato. ¿Crees que se habrá caído al agua?

-No tengo ni idea. Quiero que se realice una búsqueda intensiva por todo el río hasta encontrar al cura –ordenó Bruce a su equipo al bajar del barco.

-¡Pero hemos estado buscando toda la mañana! –se quejó Mallory –No hemos encontrado nada útil, ni lo haremos. Si se cayó al agua tan cerca de la presa lo más probable es que se haya ahogado. A estas alturas ya será comida para los peces.

-¿Sí? Pues coge una caña y pesca al que se lo ha comido. 

Se pasaron el día escudriñando el río de arriba a abajo sin suerte. Llegaron tarde y bastante cansados a la comisaría. Bruce se dejó caer en su silla de forma brusca y se pasó la mano por la cara.

-Te dije que no íbamos a encontrar nada allí –dijo la agente sentándose sobre el escritorio y mirándolo con aire de compasión.

-Es imposible que alguien desaparezca así. Tomaremos el secuestro como una posibilidad.

-Nadie ha pedido un rescate.

-Tal vez no pretendían devolverlo. Mañana iré a ver la casa del cura y hablaré con las hermanas.

El padre Casimiro vivía en un ático a lo alto de la iglesia al lado de las escaleras del campanario. Consiguieron una orden de registro, aunque las monjas parecían colaborar con la policía en todo lo que podían. No tenía mucho. Un escritorio, un armario y una mesita de noche al lado de la cama. Por eso era realmente difícil esconder algo gordo allí.

-Eh, Reese, échale un vistazo a esto –anunció Mallory sacando un paquete de unos tres kilos de cocaína del cajón de la mesita.

-Copón de Cristo… ¡vaya con el cura! Reúne a las monjas. O mejor llama sólo a la que puede hablar, esto es desesperante.

Llevaron a Sor Bandurria a la comisaría para interrogarla a pesar de que ella gritaba como loca que no tenía nada que decir. Tuvieron que arrestarla por meterle a un agente un crucifijo de madera en el ojo.

-Sor Bandurria, ¿había visto esto alguna vez? –preguntó Bruce poniéndole delante el paquete de cocaína.
 
-No –afirmó ella desviando la mirada.

-¿Sabe qué pienso? Que está mintiendo. Mentir está muy feo y además es pecado, pensé que alguien como usted lo tendría más en cuenta.

La monja dio un largo suspiro, se quitó las gafas y limpió el cristal limpio, sin tocar el otro lleno de polvo, antes de volvérselas a poner.

-Sí –dijo ella secándose el sudor del labio superior con el dorso de la mano.

-¿Sí qué?

-Sí lo había visto antes –respondió con nerviosismo.

Bruce sonrió y se cruzó de brazos. Miró fijamente a la monja, cuya cara perlaba el sudor, y se inclinó hacia ella.

-Cuénteme todo lo que sepa.

-Ya nadie dona dinero en las recolectas de los domingos, ¿sabe? La gente sólo deja calderilla. Y los que seguimos el camino de Dios también tenemos que comer. Un vagabundo acudía bastante seguido para confesarse porque robaba carteras, y un día salió el tema de la venta de cocaína. Él la conseguía y el padre Casimiro, que Dios lo ampare, negociaba con los cárteles colombianos… después se repartía el dinero.

-¿Habían más de éstos –preguntó señalando el paquete- en el ático del párroco?

-Sólo dejó ese allí. Se llevó otros dos con su barco.

-¿No iba de pesca?

-No, se conoce que el intercambio siempre era en el río.

-¿Por qué mintió sobre eso también?

-Me cago en la hostia consagrá, hijo mío, ¡pues porque es ilegal!

-Ya veo. ¿Sabe con quién negociaba exactamente?

-Una banda que hacía de intermediaria… los Cuerdos del Prado, se llaman.

-¿Los… Cuerdos del Prado? ¿En serio?

-¡Sí, sí! ¡Eso he dicho, la virgen! ¡Que está sordo ahora también el policero!

-Encontraremos al padre Casimiro –le dijo Bruce levantándose de su silla -, y ya hablaremos más tarde de la venta de droga.

Al salir por la puerta, Mallory lo esperaba con un fajo de papeles.

-Vi el interrogatorio, no es necesario que me cuentes nada. He buscado también toda la información que he podido sobre los Cuerdos del Prado, aquí aparece una dirección.

-¿Te has dao cuenta tú también, no?

-¿De qué?

-¡Han parodiado al Loco de la Colina!

-No sé de qué me hablas. Vamos.

Llegaron hasta una casa abandonada y con granero que olía a pólvora a las afueras del pueblo. Tocaron a la puerta y se identificaron para que los dejasen pasar. Al no obtener respuesta, Bruce fue por la puerta de atrás para ver si había alguien en la casa.

Con la pistola en alto, entró por una puerta que daba a la cocina, y el corazón casi se le sale del pecho al verse rodeado entre las llamas. Gritó a Mallory para que fuese a buscar ayuda mientras él se adentraba en la casa para asegurarse de que no había nadie.

Debía haberlo sabido al sentir el olor a pólvora al llegar. El fuego todavía no era muy potente, por lo que pudo distinguir con claridad al padre Casimiro y a un hombre gordo y moreno tumbados en el suelo del salón con la tele encendida. Como pudo, se echó al párroco sobre los hombros e intentó arrastrar a su corpulento amigo hacia la salida. 

El fuego se avivaba y el humo a penas lo dejaba respirar. Consiguió seguir avanzando entre toses, pero cuando se encontraba a un par de metros de la puerta, cayó al suelo y se desmayó.

Despertó en el hospital y la primera imagen que tuvo fue la del inspector Rasnick sentado a su lado.
-Inspector… ¿qué pasó? ¿Está bien el cura?

-Lo cierto es que no. Tu compañera llamo a los bomberos, y éstos llegaron a tiempo para sacaros a los 3 intactos de la casa. Sin embargo, ellos ya estaban muertos. Al hacerles la autopsia pudimos comprobar que les habían echao droga en el Colacao… murieron de sobredosis.

-¿Qué hay de las monjas?

-Arrestadas por narcotráfico. La semana que viene irán a juicio.

-¿Y el incendio?

-Ah, el incendio… Después de una profunda investigación, descubrimos que los Cuerdos del Prado vendían Peta Zetas con bastante regularidad a Barney Green. Al parecer se equivocaron con su último pedido y le dieron una bolsa de sacarina por error. Green se cobró ese error quemándoles toda la mercancía del granero y su guarida.

-¿Barney Green está metido en todo esto? ¡Pues vamos a por él!

-No, nosotros no. Han venido del EDSPGA, ellos se ocupan del caso a partir de ahora. Y te han traído una gorra –le dijo el inspector con una sonrisa mientras le tendía una gorra roja con las siglas del EDSPGA bordadas en negro. 

Bruce Reese se quedó solo en la habitación del hospital con su nueva gorra sobre la cabeza mientras reflexionaba sobre todo lo ocurrido y sobre el descarado plagio del nombre de los Cuerdos del Prado.

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Una atracción flameante

Posted by Unknown On 15:22 0 comentarios

Eran las tres de la madrugada cuando el teléfono sonó en casa de los Reese.

-Cariño, es para ti –dijo la señora a su marido.


-Reese –contestó Bruce al teléfono mientras se pasaba la mano por los ojos en un intento de espabilarse-¿Inspector Rasnick? Es muy tarde… ¿ocurre algo? Entiendo… sí, enseguida voy, hasta ahora.

-¿Qué quería?

-Pues… -respondía él mientras se ponía los pantalones a la vez que bostezaba –quiere que vaya al bar de abajo de su casa. Tal vez haya un par de alborotadores o algo así, seguro que no es nada. Vuélvete a dormir.

Al llegar al bar, el adormilado agente se encontró al inspector Rasnick sentado en la barra dando largos tragos a un vaso de contenido desconocido. Se acercó a él e intentó llamar su atención.

-¿Inspector?

Él levantó la cabeza y lo miró con tristeza. Parecía que había bebido demasiado.

-Siéntate, Reese. Una copa para mi amigo –le dijo al barman.

Bruce estaba realmente sorprendido. Nunca había visto al inspector Rasnick así y no sabía cómo debía actuar. Se limitó a obedecer a su superior, el cual acababa de llamarlo amigo en su estado de embriaguez, y se sentó a su lado.

-La vida es un asco. ¿Tienes hijos, Bruce? –preguntó después de un largo trago.

-No, señor.

-Mi mujer dice que paso poco tiempo con mi hijo. Ayer fue su cumpleaños… yo le regalé un atlas. No te imaginas lo furiosa que se puso Patty. ¡Yo pensé que le gustaría! A mí me gustaban esas cosas de crío. Pero ahora ninguno de los dos me habla, por eso estoy aquí. Es demasiado incómodo estar en mi casa.

-¿Cuántos años cumplió su hijo, señor?

-Cinco.

-¿Y le regala un atlas a un niño de cinco años? Bueno… aún puede remediarlo. En dos días es Halloween, ¿por qué no lleva a su hijo a la feria? A los chicos les gusta eso.

-¿Para qué puñetas iba a querer mi hijo ir a la feria? ¡A mí me hubiese encantado tener un atlas a su edad!

-Seguro que le encantó, no hay duda. Pero podrían pasar una tarde padre e hijo en la feria.

-¿Con eso conseguiré que mi mujer deje de estar de morros?

-Se lo aseguro.

Ambos hicieron como si aquella conversación no hubiese existido al ir a trabajar al día siguiente. No comentaron nada al respecto hasta la mañana de Halloween mientras examinaban el caso del asesino en serie que mataba siempre llevando una máscara. El cadáver del principal sospechoso había aparecido quemado en su domicilio junto a una careta del joker aquella madrugada.

-El fuego fue intencionado, sin duda. Los bomberos encontraron restos de acelerantes –explicaba Reese al resto del equipo y al inspector Rasnick, que también se encontraba presente.

-¿Quién iba a querer matar a ese hombre? –preguntó Mallory, la agente del pelo a lo afro.

-Obviamente alguien que sospechaba que fuese el asesino. Descartando a la policía, sólo queda el testigo del primer asesinato. No aceptaron su testimonio en el juicio porque iba ebrio, tal vez quiso hacer justicia él solo. Id a hacerle una visita a ver qué nos cuenta sobre anoche –dijo el inspector Rasnick.

Bruce iba a salir cuando el inspector lo detuvo para hablarle sobre la excursión con su hijo a la feria. Él era como un rinoceronte en una manada de jirafas, no sabía envolverse en ese ambiente. Así que le pidió que los acompañara a él y a su hijo para echarle un cable al principio y que después se fuera, cosa que Bruce aceptó.

Aquel día todo iba de perlas para nuestro agente. Su sospechoso no tenía coartada para el asesinato del asesino en serie. Además había estado bebiendo, por lo que podían usar eso en su contra también. Por la tarde llevó en coche al inspector Rasnick y a su pequeño a la feria, dio una vuelta con ellos y le aconsejó a su superior que entrasen en el túnel del terror. 

Los acompañó hasta la entrada, aunque no pasó con ellos. El chaval había resultado ser bastante simpático. Llamó su atención un pequeño hombre vestido del joker que hacia malabares con mecheros a unos pocos metros de la cola del túnel del terror.

Uno de los mecheros cayó al suelo, y Reese lo recogió y se lo tendió al hombrecillo.

-A más de uno le han hecho su trabajo hoy –le dijo el malabarista con voz chirriante.

A Bruce le pareció una manera extraña de dar las gracias. La gente debía haberse pasado la tarde recogiéndole los mecheros del suelo, pobre. Aunque su disfraz estaba logrado.

Volvió a su despacho y se dispuso a rellenar el papeleo del asesino asesinado. Lo cierto es que aunque un hombre hubiese cometido un delito por matarlo, ya no volvería a preocuparse por si aquel loco volvía a actuar. No tenían pruebas suficientes para detenerlo y al menos con él muerto se salvaban muchas más vidas. A pesar de que otro hombre fuese a la cárcel.

Entonces tuvo una revelación.

A más de uno le han hecho su trabajo hoy.

Lo habían asesinado quemándolo vivo. La máscara del joker. Aquella frase del malabarista enano disfrazado que jugaba con mecheros. Todas las piezas del puzle se unían para llevarlo al mismo sitio. Comenzaba a sentir aversión por el fuego. Se apresuró por coger el coche y volver a la feria.

Mientras tanto, el inspector Rasnick miraba con desconfianza a los muñecos que aparecían de la nada en el túnel del terror.

-Tranquilo, papá. Los monstruos no te van a hacer nada porque estás conmigo.

-Vaya, campeón, ¿no me atacan porque tú me proteges?

-Claro. Yo soy un cazador de monstruos, por eso no hay ninguno bajo mi cama.

La alarma de incendios saltó dentro de la atracción haciendo que todos se alterasen.

-Tranquilícense, mantengan la calma y síganme hasta la salida de emergencia –anunció un guardia de seguridad.

Para sorpresa y desgracia de todos, la dichosa salida de emergencia estaba atrancada y no podían salir. Se habían quedado encerrados dentro del túnel del terror, que ardía poco a poco y hacía toser al personal a causa del humo cada vez más espeso.

-Déjeme intentar abrirla, soy policía –dijo el inspector Rasnick enseñando su placa al guardia.

No pudo abrirla ni llamar a nadie puesto que no había cobertura allí dentro.  La gente comenzaba a entrar en pánico cuando de repente la puerta cayó al suelo de un golpe y todos vieron al agente Reese con un equipo de bomberos tras él al otro lado. Hizo señas a los bomberos para que entrasen y salió corriendo, desapareciendo entre la multitud.

El inspector y su hijo estaban a salvo comiendo una manzana de caramelo en una de las paradas de la feria. Hacía poco más de media hora que no sabía dónde estaba Reese, y pensaba que ya se habría ido a casa cuando lo vio tumbado sobre una camilla que los paramédicos se apresuraban a llevar junto al camión de bomberos. Cogió a su hijo de la mano y corrió hacia el camión.

-¿Pero qué te ha pasado?

-Reduje a un sospechoso –dijo Reese, que tenía un ojo morado, varios arañazos en la cara y un hombro dislocado.

-Pues no deberías reducir a nadie más de esa forma. Acabaste hecho un Cristo.

Un grupo de enanos vestidos del joker pasaron por delante del margullado agente y le gritaron a la par que alzaban sus puños.

-¡Eh, madero! ¿Has tenido bastante? ¡Ni se te ocurra volver! 

Rasnick no pudo evitar reír.

-¿Qué les has hecho?

-Confundí a uno de ellos con Barney Green.

-¿Pero qué diablo te poseyó para hacerte creer eso?

-Él estaba aquí esta tarde, por eso supe que debía volver con los bomberos… Es una larga historia. Pero el sospechoso borracho de esta mañana es inocente, sin duda –susurró mientras se levantaba con cuidado.

-Bueno, esta vez no te echaré la bronca porque se te haya escapado Green. Has salvado a mucha gente esta noche, y Charles y yo estamos muy agradecidos también.

Bruce sonrió y le desbarató el pelo al hijo del inspector. Frunció el ceño cuando le llegó un mensaje al móvil desde un número desconocido.

Creí que serías más rápido, no esperaba que me dejases oportunidad de incendiar nada. Qué decepción. Deberías ponerte hielo en ese ojo… ¡tú verás! ¡Jajajaja!
Barney Green

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