Una anécdota de muerte

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La blanca luz de la luna se reflejaba en la Parca, que avanzaba lentamente entre los escombros de una pequeña cabaña de madera junto a la laguna. Antes habían vivido allí tres hermanos leñadores que no sobrevivieron al incendio de su morada.
Abriéndose paso a través de los ennegrecidos restos de la casita, llegó hasta los tres cadáveres que yacían en el suelo cubiertos de cenizas. La Parca clavó su guadaña en el suelo y se abrieron tres resplandecientes túneles desde el cielo para que las almas de los leñadores pasasen a su otra vida. O tal vez fuese una no-vida, si somos más exactos. Como de costumbre, esperó a que fuesen hacia la luz antes de cerrarles el túnel. Después todo volvió a la oscuridad.

-Esto no puede seguir así –susurró la Muerte con una mezcla de enfado y agotamiento.

Él se encargaba de llevarse a aquellos que dejaban de vivir. Se suponía que él sabía y decidía cuando llegaba la hora de una persona desde el momento en que nacía. A veces hay accidentes, no siempre tiene por qué ser una muerte natural. Lo que no se puede hacer es provocar el accidente. Había quien se dedicaba a acortar el tiempo de personas al azar, algo totalmente indignante para la Parca.

Nuestro huesudo amigo ya tenía fichado a un tipejo verde y pequeño al que le chiflaba quemar cosas. Y a veces cosas con gente dentro. Este sujeto se hacía llamar Barney Green, y aunque nadie lo había amonestado antes, a la Parca no le caía nada bien. Le daba demasiado trabajo.

Aquella noche había provocado tres incendios con varias víctimas en cada uno de ellos, y aún le quedaba otro escenario por visitar. El último sitio en arder fue una tienda de campaña en el bosque donde unos muchachos habían decidido pasar la noche. 

La aventura no les salió como esperaban, y es que con aquella fogata podían haber asado más de una docena de bolsas de malvaviscos. La Parca encontró a los chavales tendidos sobre la hierba seca y rodeados de árboles chamuscados. Clavó su guadaña sobre la tierra, aparecieron varios túneles luminosos en el cielo y les dio unos segundos para que fuesen hacia la luz. 

Ya había terminado y pensaba en marcharse cuando escuchó los gritos de una chica.

-¡¿Pero qué es esto?! ¡¿Qué me pasa?! –exclamaba la muchacha con la voz temblorosa a causa del pánico.

La Parca se dio la vuelta y tuvo que mirar dos veces para asegurarse de que no se lo había imaginado. Lo que tenía delante de él ya no era una persona, era una entidad fantasmal y aturdida rebosante de ectoplasma. Ni siquiera sabía cómo mantenerse fija en el mismo sitio, por lo que flotaba ligeramente después de dar saltitos para no hundirse bajo tierra.

-¿Por qué no has ido hacia la luz? –le preguntó la Parca con algo de molestia.

-¿La luz…? Todo esto es muy raro… ¿qué me está ocurriendo?

-Has muerto.

-Claro que no he muerto, soy perfectamente consciente de lo que hago. ¡Todavía me queda mucha vida por delante! –decía la fantasma mientras correteaba estúpidamente por el lugar intentando pisar el suelo.

-No deberías estar aquí, el túnel no vuelve a abrirse hasta haberse cumplido un año de tu muerte. Tendrás otra oportunidad entonces.

-¡Ja! No, tú no lo comprendes… -reía nerviosa a la vez que se apoyaba en un árbol, el cual atravesó – ¡Ah! –Gritó antes de reincorporarse torpemente -¡Debe haber una solución para esto, aún estoy aquí!

-Estás aquí porque no has cruzado el túnel. Pero tranquila, no eres la única… seguro que haces nuevos amigos –y dicho esto, volvió a darle la espalda.

-¡Espera! No pensarás irte y dejarme aquí sola, ¿verdad?

-La existencia es dura.

-Querrás decir “la vida es dura”.

-También, pero tú ya no vives –dijo con seriedad antes de desaparecer.

La joven fantasma se quedó rondando por el lugar hasta que al amanecer un guarda forestal encontró su cuerpo junto al de sus amigos y se los llevaron horas más tarde. Lo único que se le ocurrió entonces era que no podía perderse su propio funeral, en el cual estuvieron todos muy emotivos y le hicieron derramar alguna que otra lágrima ectoplásmica. 

Una vez la enterraron, la gente fue abandonando poco a poco el cementerio hasta dejarla sola frente a su propia tumba. Pasaron los minutos hasta que se dio cuenta de que ya no quedaba nada por hacer allí y que debía marcharse. 
 Se sorprendió bastante al ver que el cementerio estaba lleno de otros muchos fantasmas como ella. Eran cuerpos transparentes de un tono azul luminoso que peleaban entre ellos sentados sobre lápidas, que revoloteaban por el lugar y que paseaban tristemente mientras hablaban solos. A ella le asustaban, no quería tener amigos así. Y además muchos de ellos vestían como Elvis, lo cual era bastante intimidante.

En su empeño por alejarse, atravesó a una mujer que estaba dejando flores en otra tumba.

-¡Ah! ¡Qué fuerte! –dijo la fantasma desconcertada desde el suelo –Aún no consigo acostumbrarme a esto… lo siento mucho, lo siento.

-No te preocupes –le respondió la mujer con una sonrisa.

La joven entidad ectoplásmica estaba desconcertada. Se suponía que nadie podía verla, sentirla ni oírla.

-¿Puedes verme? –le preguntó extrañada.

-Sí, aunque no cualquiera puede hacerlo. Me llamo Melinda Gordon, y me dedico a ayudar a gente como tú. ¿Por qué no fuiste hacia la luz? ¿Cómo te llamas?

-Todos me preguntan eso últimamente… Me llamo Belén. Realmente no sé qué hago aquí. Sé que algo importante va a pasar, pero… el incendio, y la Parca, y mi funeral… ¡atravieso cosas! En momentos como este necesito chocolate.

-Bueno, bueno, tranquilízate. Ahora ya no puedes comer, ni beber o ir al baño… Todo eso se acabó. Y aprenderás a no chocarte con todo. Tenemos que averiguar qué es lo que te retiene aquí, y el túnel se abrirá de nuevo y antes de tiempo para que puedas marcharte. Porque cuando alguien se queda suele ser porque todavía le queda algo por hacer, y tú acabas de decir que iba a pasar algo importante, ¿verdad?

-Sí. ¡Sí, eso es! ¡Aún me queda algo por hacer!

-¿Y qué es?

-…No lo sé.

-No te desesperes, no pasa nada. Tal vez nos ayude saber cómo moriste.

-En un incendio. Un… duende, él prendió fuego a todo. ¡Ya está, eso es! Aquel duende verde dijo que pensaba quemar el campo de fútbol con todo el mundo dentro.

-¿Cómo, el campo de fútbol? Hoy es el partido de los Florindos contra los Cancamusa, ¡habrá mucha gente! Vamos, debemos avisar a la policía.

Melinda corrió hacia su coche, que tenía un extraño parecido con el troncomóvil de los Picapiedra , y ayudó a Belén a subir al auto. Pisó el acelerador y se puso en marcha hacia la comisaría de policía a todo gas.

-¿No te parece que vas un poco rápido? –preguntó Belén algo insegura de que aquella mujer hubiese conseguido el carnet de conducir legalmente.

-¡Esto es una emergencia! –exclamó ella mientras conducía haciendo zigzag entre la acera y la carretera. Tan locamente conducía que arrolló a un cani que pasaba por allí.

-¡¿Pero qué haces?! ¡Que lo has matao! –gritaba Belén mientras se agarraba al asiento para no atravesar el coche y miraba por el retrovisor el ensangrentado cuerpo del cani que dejaban tras ellas.

-¡No pasa na, si no cruza el túnel lo ayudo luego!

Llegaron a la comisaría de policía y Melinda se acercó a un agente mientras Belén lo miraba todo desconcertada y hacía un gran esfuerzo por no hundirse en ninguna parte.

-Me llamo Melinda Gordon, y me gustaría informar sobre un incendio premeditado.

-Un momento, por favor  -dijo el policía que estaba hablando por teléfono móvil -. Cariño, ya sabes que a mí me da igual de qué color pongas las cortinas… Está bien… Sí, ¡procura que no sean muy caras! Sí, ya lo sé… Pues… tal vez llegue tarde, sí… Está bien… Sí… Yo también te quiero –y colgó -. Bien, ya puedo atenderla. ¿De qué quería usted informar?

-Alguien planea incendiar el estadio de fútbol durante el partido de esta noche.

-¿Un incendio? –preguntó poco sorprendido antes de girarse y gritar a una policía con el pelo a lo afro –Eh, avisa al inspector Rasnick… ya sabemos dónde va a actuar. Bien, señorita –dijo dirigiéndose a Melinda de nuevo –, el cuerpo de policía lo tiene todo controlado, no tiene de qué preocuparse.

Melinda y Belén fueron al campo de fútbol aquella noche para ver qué hacía exactamente la policía. Tenían varias furgonetas, helicópteros y varios agentes vigilando las entradas, además los bomberos también estaban allí.
La agente del pelo a lo afro llevaba un Westy y un Pomerania que husmeaban por debajo de las gradas, y se detuvo cuando éstos comenzaron a ladrar.

-¡Reese, aquí hay explosivos! –gritó la señora al policía con el que Melinda había hablado por la mañana.

-Bien, creo que ya están todos. Date una vuelta por el estadio para ver si nos dejamos algo.

La gente fue llegando y Melinda se sentó a ver el partido, atenta por si daban la alerta de fuego. Belén luchaba por agarrarse a un poste, ya que hacía mucho aire y no conseguía quedarse en posición estática. El partido fue de lo más normal, ganaron los Cancamusa 3 a 0 y no hubo indicios de que fuese a ocurrir nada malo. 

Al salir del estadio, un túnel de luz se abrió en el cielo justo en frente de Belén.

-¿Es para mí? –le preguntó a Melinda.

-Sí, ya no te queda nada más por hacer aquí. Buena suerte.

Con una sonrisa, Belén entró dentro de aquel torbellino luminoso y subió flotando por él hasta que la luz desapareció por completo.

-¡Maldita sea! –pudo escucharse en el parking de atrás del estadio -¡Mi coche está ardiendo!

Los bomberos se apresuraron a apagar el coche en llamas del agente Bruce Reese, que maldecía a diestro y siniestro mientras daba golpes en el aire y se pasaba las manos por el cabello.

El inspector Rasnick se agachó y recogió un papel que había junto al coche y, riendo, se lo tendió a Bruce.

-Reese, me parece que esto es para ti.

Bruce agarró bruscamente aquella nota escrita con tinta verde que decía:

¡Si es que parece que no aprendemos! Buen partido, ¿eh? Tal vez sea más divertido la próxima vez.
Barney Green

Arrugó el papel con furia y lo tiró al suelo.

-¡Odio a ese tipo!

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Bruce se quedó paralizado cuando escuchó una fuerte explosión al otro lado del teléfono.

-¿Qué fue eso? ¡¿Está bien, inspector?! –gritó agarrando el teléfono con fuerza.

-Sí, sí… son esos gitanos tirando petardos otra vez. Deben estar celebrando una boda.

-Escúcheme, la bomba…

-Ya te he oído la primera vez. No estás dentro del caso, así que no puedes involucrarte tanto. Si sabes algo más no dudes en llamarme… pero procura que no vea tu maldito culo campando por aquí o va a caerte una buena, ¿entendiste?

-Sí, señor.

Al menos había avisado y no habrían heridos. En realidad, le importaba muy poco que no lo dejaran acercarse a husmear; investigaría sin que nadie lo supiese.
 Volvió a su casa y durmió hasta que su mujer lo despertó bien temprano diciendo que había una muchacha que lo buscaba. Bajó al recibidor en batín y se sorprendió bastante al encontrar a Lilah allí.

-Deja el abrigo en el perchero y pasa… -dijo medio dormido.

-No iba a venir, pero pensé que deberías saber que Barney el dinosaurio está a salvo y se encuentra perfectamente. No es a mí a quien debes buscar.

-Pero él está muerto, todos lo vimos. Y tú saliste corriendo como si te persiguiera el diablo… ¡maldita sea, sólo alguien que es culpable hace eso!

-Tenía mis motivos. Los restos que todos vieron no eran del verdadero Barney, era un cebo. Había estado recibiendo cartas amenazadoras y decidió pedir ayuda al EDSPGA. Nosotros lo ayudamos hasta que estuvo seguro.

-¿El EDSPGA? ¿Qué organización es esa?

-Equipo De Socorro Pa Gente Amenazá. Tenemos la sede en San Francisco, puedes comprarte una gorra.

-Ya veo…

-Bien, pues yo debo irme.

-En fin, no olvides tu…-dijo Bruce girándose hacia el perchero para darle su abrigo, y se quedó sin palabras cuando vio que el abrigo ya no estaba colgado ni ella seguía ahí al girarse de nuevo.

Decidió ir a la comisaría para ver si tenían algo nuevo. Se encontró allí a su amigo el Sabueso, que se limpiaba las gafas con un pañuelo de tela bastante hortera.

-Eh, Sabueso, ¿cómo lo llevas?

-Ah no, Bruce. Me han dicho que no puedo hablar contigo del caso del dinosaurio.

-Tranquilo hombre, no pensaba preguntarte nada. ¿Consiguieron desactivar la bomba anoche? ¿Estaba donde dije?

-Sí, sí. Tal y como dijiste, tenía una cuenta atrás. Afortunadamente todos salieron bien parados.

Bruce se metió las manos en los bolsillos y frunció el ceño antes de decir lo que estaba pensando.

-Oye, el cuerpo que examinamos no era del verdadero Barney. Deberías comunicárselo a…

-Claro que ese no era Barney, era un señuelo del EDSPGA.

-Hay que joderse, ¿estáis todos al tanto de ese EDSPGA?

-Estás preguntando demasiado, pero sí. El ADN no era el de Barney y ellos aparecieron a explicar por qué. Aunque todavía no tenemos pistas sobre el asesino…

El Sabueso calló de repente al ver entrar al inspector Rasnick que iba como una bala y llevaba cara de malas pulgas.

-¡Me han quemado el coche! –sus ojos se salieron de las órbitas al ver a Bruce- ¡Reese! ¡¿Qué haces tú aquí?! ¡Creí haberte dejado bien claro que no quería ver tu maldito culo a menos de un kilómetro del mío!

-Trabajo aquí, señor. Pero… ¿qué le ha pasado a su coche?

-¡Un hijo de puta lo hizo arder! Y tengo una ligera sospecha de quién fue… mirad esta nota.

El inspector Rasnick les tendió un trozo de papel chamuscado que decía lo siguiente:

Te crees muy listo, pero yo lo soy más. ¿Así que me dais el cambiazo con el dinosaurio? ¡Pues no me importa, porque te quemo el coche! Ahora te jodes y te gastas en reparaciones lo mismo que yo en material. Así aprenderás a no fastidiar un asesinato.
Barney Green 

Bruce no pudo evitar sonreír al leer la nota.
-¿Y ahora qué, señor?

-¿Ahora qué? Ahora a llevar el coche a arreglar. Caso cerrado, Reese… ve buscando uno nuevo mientras llevo el coche al taller.

Y así fue como Barney el dinosaurio salvó su gomaespumoso pellejo por los pelos. Pocos días después Oprah lo recibió como invitado y su cara salió en primera plana durante varios días. Le hicieron una entrevista al inspector Rasnick en la que roció de café a un periodista, y la venta de gorras del EDSPGA se disparó por las nubes. Pero nadie mencionó al siniestro Barney Green.

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