Era una fría
mañana de invierno cuando Barney Green salió a dar un paseo a las cuatro de la
madrugada. Una ráfaga de viento le heló la coronilla y le tiró el sombrero al
suelo. Refunfuñando, se agachó para recogerlo, pero otra ráfaga traviesa quiso
fastidiarlo y movió su bombín hasta el medio de la calle.
Corrió para
coger su sombrero. A penas lo había tocado cuando lo embistió un automóvil.
Green se golpeó fuertemente la cabeza contra el parabrisas, resbaló por el capó
y rodó por los suelos.
El tío del coche pensó que le había dado a un ciervo y se dio a la fuga para no
tener que pagar la multa. El duende se arrastró como pudo hasta la cuneta. No
podía levantarse, sangraba y por dolerle le dolía hasta el apellido. Quiso
reincorporarse, pero sentía una molestia tan punzante que lo único que pudo
hacer fue tumbarse boca arriba hasta que todo se redujo a dolor y oscuridad.
Barney Green
se despertó sobre lo que parecía ser… una nube. Todo tenía color azul celeste y
había adornos resplandecientes por todas partes. Se dio cuenta de que el suelo
no estaba formado por baldosas, sino por nubes. Se temió lo peor. De un brinco,
se puso en pie y se miró las manos y los pies. Ya no le dolía nada ni tenía
sangre. La cosa se estaba poniendo fea.
-Veo que ya
ha despertado… Debe usted confirmar que ha llegado.
-Confirmar
que he llegado, confirmar que he llegado… -refunfuñó Green.
-Dese prisa,
ha de firmar. Al jefe no le gusta esperar.
-¿Estás
haciendo rimas?
-Que no te
quepa duda. ¿Boli o pluma?
-¡Qué
patético! ¿A qué te dedicas?
-Yo soy San
Pedro, y cuido las puertas del cielo.
-¿El cielo?
No, no, no… Debe haber un error. Yo soy malo, siempre he sido malo.
-No se llega
aquí sin razón, tal vez tengas un buen corazón.
-¡No! ¡No,
no, no! No pienso quedarme en este sitio repipi lleno de gente cutre y sin
ritmo como tú. Es imposible que alguien pensara que mi sitio está en el cielo, definitivamente
debe haber un error. Yo soy malo –rió nerviosamente.
-Acepto tu
teoría, nadie osaría despreciar mi poesía.
-Yo lo hago.
Me quiero ir de aquí, ni siquiera tengo cerillas… -se lamentó infantilmente el
duende.
-Si te
quieres largar, tendrás que pasar unas antiguas pruebas. Son fáciles de
realizar, y nunca nadie las cambia por nuevas.
San Pedro
chasqueó sus dedos y envió a Barney Green al lado de una mujer que lloraba y
gritaba con desesperación. Enfrente de ellos había una casa en llamas, y podía
verse a un bebé llorando también desde la ventana.
-¡Mi bebé!
¡Mi bebé! ¡Que alguien salve a mi bebé! –exclamaba la mujer.
El duende
miró a la madre, miró al niño, y no se lo pensó dos veces. Cogió a la mujer a
cuestas, la llevó hasta la casa y la encerró dentro. Comenzó a saltar y a reír
mientras oía como madre e hijo lloraban dentro de la casa.
San Pedro
apareció a su lado.
-Tu actuación
ha sido la adecuada, tienes la entrada al cielo asegurada.
-¡Pero si
acabo de tirar a esa mujer al fuego!
-Has reunido
a un hijo con su madre. Serán felices mientras nada los separe.
-Será
posible… ¡envíame a la siguiente prueba!
San Pedro
volvió a chasquear sus dedos y esta vez Barney Green apareció dentro de un
coche estacionado en el aparcamiento de un súper. Por el retrovisor vio como un
hombre guardaba bolsas en el maletero. Rápidamente cortó los frenos al coche y
se escondió entre risas pensando en lo que iba a pasar.
El hombre se subió al coche y al llegar a carretera no pudo frenar, chocó con
un camión que volcó, hubo una explosión y se incendió el asfalto.
El duende
volvió a reír satisfecho.
-¿Qué hay de
eso? ¡Ha sido la prueba de ingreso al purgatorio! ¡JAJAJA!
San Pedro
volvió a aparecer junto a él.
-Excelente
decisión, ni yo lo hubiera hecho mejor.
-¿En serio?
¡Si se ha muerto!
-Has evitado
que ese hombre fuera a comprar tabaco y abandonara a su esposa. Le daré el
pésame de tu parte, también le enviaré una rosa.
-¡Siguiente
prueba!
San Pedro
chasqueó los dedos como las veces anteriores y envió a Barney Green a una
tienda de licores. Miró a su alrededor y no vio nada especial. Desesperado por
obrar mal, cogió una botella de absenta y se la estampó en la cabeza a un tío
que pasaba por su derecha.
San Pedro
apareció junto al sangrante individuo que acababa de caer al suelo.
-Esa ha sido
una buena enmienda, puesto que este malhechor pretendía atracar la tienda.
-¡Venga,
hombre, tienes que estar bromeando!
-He sido
totalmente sincero, ahora debemos volver al cielo –se sacó el busca del
bolsillo y lo miró con sorpresa -. Señor, pero qué es lo que veo… ¡eres un
forastero! Tu hora no ha llegado todavía, volveremos a vernos otro día.
Y dicho esto,
volvió a chasquear los dedos. Barney Green volvió a encontrarse tumbado en la
cuneta. Dolorido, se puso en pie y recogió su bombín del suelo.
-Qué lástima,
se ha hecho un agujero. Ahora tendré que arreglarlo o ir a comprar otro nuevo.