Eran las tres de la madrugada cuando el teléfono sonó en
casa de los Reese.
-Cariño, es para ti –dijo la señora a su marido.
-Reese –contestó Bruce al teléfono mientras se pasaba la
mano por los ojos en un intento de espabilarse-¿Inspector Rasnick? Es muy
tarde… ¿ocurre algo? Entiendo… sí, enseguida voy, hasta ahora.
-¿Qué quería?
-Pues… -respondía él mientras se ponía los pantalones a la
vez que bostezaba –quiere que vaya al bar de abajo de su casa. Tal vez haya un
par de alborotadores o algo así, seguro que no es nada. Vuélvete a dormir.
Al llegar al bar, el adormilado agente se encontró al
inspector Rasnick sentado en la barra dando largos tragos a un vaso de
contenido desconocido. Se acercó a él e intentó llamar su atención.
-¿Inspector?
Él levantó la cabeza y lo miró con tristeza. Parecía que
había bebido demasiado.
-Siéntate, Reese. Una copa para mi amigo –le dijo al barman.
Bruce estaba realmente sorprendido. Nunca había visto al
inspector Rasnick así y no sabía cómo debía actuar. Se limitó a obedecer a su
superior, el cual acababa de llamarlo amigo en su estado de embriaguez, y se
sentó a su lado.
-La vida es un asco. ¿Tienes hijos, Bruce? –preguntó después
de un largo trago.
-No, señor.
-Mi mujer dice que paso poco tiempo con mi hijo. Ayer fue su
cumpleaños… yo le regalé un atlas. No te imaginas lo furiosa que se puso Patty.
¡Yo pensé que le gustaría! A mí me gustaban esas cosas de crío. Pero ahora
ninguno de los dos me habla, por eso estoy aquí. Es demasiado incómodo estar en
mi casa.
-¿Cuántos años cumplió su hijo, señor?
-Cinco.
-¿Y le regala un atlas a un niño de cinco años? Bueno… aún
puede remediarlo. En dos días es Halloween, ¿por qué no lleva a su hijo a la
feria? A los chicos les gusta eso.
-¿Para qué puñetas iba a querer mi hijo ir a la feria? ¡A mí
me hubiese encantado tener un atlas a su edad!
-Seguro que le encantó, no hay duda. Pero podrían pasar una
tarde padre e hijo en la feria.
-¿Con eso conseguiré que mi mujer deje de estar de morros?
-Se lo aseguro.
Ambos hicieron como si aquella conversación no hubiese
existido al ir a trabajar al día siguiente. No comentaron nada al respecto
hasta la mañana de Halloween mientras examinaban el caso del asesino en serie
que mataba siempre llevando una máscara. El cadáver del principal sospechoso
había aparecido quemado en su domicilio junto a una careta del joker aquella
madrugada.
-El fuego fue intencionado, sin duda. Los bomberos
encontraron restos de acelerantes –explicaba Reese al resto del equipo y al
inspector Rasnick, que también se encontraba presente.
-¿Quién iba a querer matar a ese hombre? –preguntó Mallory,
la agente del pelo a lo afro.
-Obviamente alguien que sospechaba que fuese el asesino.
Descartando a la policía, sólo queda el testigo del primer asesinato. No
aceptaron su testimonio en el juicio porque iba ebrio, tal vez quiso hacer justicia
él solo. Id a hacerle una visita a ver qué nos cuenta sobre anoche –dijo el
inspector Rasnick.
Bruce iba a salir cuando el inspector lo detuvo para
hablarle sobre la excursión con su hijo a la feria. Él era como un rinoceronte
en una manada de jirafas, no sabía envolverse en ese ambiente. Así que le pidió
que los acompañara a él y a su hijo para echarle un cable al principio y que
después se fuera, cosa que Bruce aceptó.
Aquel día todo iba de perlas para nuestro agente. Su
sospechoso no tenía coartada para el asesinato del asesino en serie. Además
había estado bebiendo, por lo que podían usar eso en su contra también. Por la
tarde llevó en coche al inspector Rasnick y a su pequeño a la feria, dio una
vuelta con ellos y le aconsejó a su superior que entrasen en el túnel del
terror.
Los acompañó hasta la entrada, aunque no pasó con ellos. El
chaval había resultado ser bastante simpático. Llamó su atención un pequeño
hombre vestido del joker que hacia malabares con mecheros a unos pocos metros
de la cola del túnel del terror.
Uno de los mecheros cayó al suelo, y Reese lo recogió y se
lo tendió al hombrecillo.
-A más de uno le han hecho su trabajo hoy –le dijo el malabarista
con voz chirriante.
A Bruce le pareció una manera extraña de dar las gracias. La
gente debía haberse pasado la tarde recogiéndole los mecheros del suelo, pobre.
Aunque su disfraz estaba logrado.
Volvió a su despacho y se dispuso a rellenar el papeleo del
asesino asesinado. Lo cierto es que aunque un hombre hubiese cometido un delito
por matarlo, ya no volvería a preocuparse por si aquel loco volvía a actuar. No
tenían pruebas suficientes para detenerlo y al menos con él muerto se salvaban
muchas más vidas. A pesar de que otro hombre fuese a la cárcel.
Entonces tuvo una revelación.
A más de uno le han
hecho su trabajo hoy.
Lo habían asesinado quemándolo vivo. La máscara del joker. Aquella
frase del malabarista enano disfrazado que jugaba con mecheros. Todas las
piezas del puzle se unían para llevarlo al mismo sitio. Comenzaba a sentir
aversión por el fuego. Se apresuró por coger el coche y volver a la feria.
Mientras tanto, el inspector Rasnick miraba con desconfianza
a los muñecos que aparecían de la nada en el túnel del terror.
-Tranquilo, papá. Los monstruos no te van a hacer nada
porque estás conmigo.
-Vaya, campeón, ¿no me atacan porque tú me proteges?
-Claro. Yo soy un cazador de monstruos, por eso no hay
ninguno bajo mi cama.
La alarma de incendios saltó dentro de la atracción haciendo
que todos se alterasen.
-Tranquilícense, mantengan la calma y síganme hasta la
salida de emergencia –anunció un guardia de seguridad.
Para sorpresa y desgracia de todos, la dichosa salida de
emergencia estaba atrancada y no podían salir. Se habían quedado encerrados
dentro del túnel del terror, que ardía poco a poco y hacía toser al personal a
causa del humo cada vez más espeso.
-Déjeme intentar abrirla, soy policía –dijo el inspector
Rasnick enseñando su placa al guardia.
No pudo abrirla ni llamar a nadie puesto que no había
cobertura allí dentro. La gente
comenzaba a entrar en pánico cuando de repente la puerta cayó al suelo de un
golpe y todos vieron al agente Reese con un equipo de bomberos tras él al otro
lado. Hizo señas a los bomberos para que entrasen y salió corriendo,
desapareciendo entre la multitud.
El inspector y su hijo estaban a salvo comiendo una manzana
de caramelo en una de las paradas de la feria. Hacía poco más de media hora que
no sabía dónde estaba Reese, y pensaba que ya se habría ido a casa cuando lo
vio tumbado sobre una camilla que los paramédicos se apresuraban a llevar junto
al camión de bomberos. Cogió a su hijo de la mano y corrió hacia el camión.
-¿Pero qué te ha pasado?
-Reduje a un sospechoso –dijo Reese, que tenía un ojo
morado, varios arañazos en la cara y un hombro dislocado.
-Pues no deberías reducir a nadie más de esa forma. Acabaste
hecho un Cristo.
Un grupo de enanos vestidos del joker pasaron por delante
del margullado agente y le gritaron a la par que alzaban sus puños.
-¡Eh, madero! ¿Has tenido bastante? ¡Ni se te ocurra volver!
Rasnick no pudo evitar reír.
-¿Qué les has hecho?
-Confundí a uno de ellos con Barney Green.
-¿Pero qué diablo te poseyó para hacerte creer eso?
-Él estaba aquí esta tarde, por eso supe que debía volver
con los bomberos… Es una larga historia. Pero el sospechoso borracho de esta
mañana es inocente, sin duda –susurró mientras se levantaba con cuidado.
-Bueno, esta vez no te echaré la bronca porque se te haya
escapado Green. Has salvado a mucha gente esta noche, y Charles y yo estamos
muy agradecidos también.
Bruce sonrió y le desbarató el pelo al hijo del inspector.
Frunció el ceño cuando le llegó un mensaje al móvil desde un número
desconocido.
Creí que serías más
rápido, no esperaba que me dejases oportunidad de incendiar nada. Qué
decepción. Deberías ponerte hielo en ese ojo… ¡tú verás! ¡Jajajaja!
Barney Green
0 Responses "Una atracción flameante"
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