Benjy
Gilbert era un bibliotecario cualquiera que había vivido toda su vida en el
campo. La vida allí era monótona y nunca sucedía nada nuevo. Era una vida
tranquila y apacible, donde todos conocían a la perfección a sus vecinos.
Todo eso
cambió una mañana de verano cuando los habitantes de Campoliso observaron la
llegada de un camión de mudanzas. Las pertenencias de aquel camión eran de la
familia Fetch, un matrimonio con un perro y un hijo. El hombre era alto y
extremadamente delgado, con una larga cabellera negra que cubría sus hombros.
Su mujer, por el contrario, parecía un tapón de balsa de 4 kilómetros de radio
y era medio calva. En cuanto al niño y al perro… podríamos decir que eran casi
idénticos.
El señor
Fetch se dedicaba a vender eBooks, la última tendencia en la ciudad y, para el
gusto de Benjy Gilbert, una completa aberración. ¿Qué gracia tenía leer un
libro si no podías disfrutar de su olor, sentir el tacto al pasar las páginas,
guardarlo durante años o quejarte de lo mucho que pesa cuando cargas con él en
el metro? Simplemente, ninguna.
Aquella
familia ya se había camelado a todo el pueblo menos al joven bibliotecario, que
se negaba a rebajarse a tal nivel. Como todas las mañanas, él abría la
biblioteca y pasaba el día esperando a que alguien entrase, aunque sabía que
realmente nadie iba a hacerlo.
O eso
pensaba antes de ver entrar a un viejo alto y destartalado que vestía con un
traje gris a rayas. Llegó corriendo, abrió las puertas de la biblioteca de
golpe, miró a ambos lados y volvió a correr hacia Benjy. A penas le quedaba
aire cuando se dirigió hacia él.
-¡Oh, una
biblioteca abierta, acabas de salvarnos a todos!
Benjy se
enorgulleció, pensando que aquel extraño también opinaba lo mismo que él.
-Necesito
libros sobre feriantes, transformaciones paranormales y control mental.
-¿Perdón?
-Lo sé,
nadie suele tener libros sobre feriantes –dijo el hombre poniendo los ojos en
blanco -. ¡Es una emergencia, por favor!
Perplejo, le
buscó toda la información que tenía al extravagante tío que acababa de colarse
en la biblioteca.
-¿Tiene
carnet de socio? –preguntó amablemente.
-¡No fastidies,
tengo prisa! ¿Le has comprado algún eBook al señor Fetch?
-No.
-¿Estás
seguro? ¿No has tocado ninguno?
-Ya le he
dicho que no. ¿Quién rayos es usted?
-Profesor
Sephard –respondió tendiéndole la mano -. Tú podrás ayudarme, ¡ven conmigo!
-No puedo
dejar desatendida la biblioteca.
-¿De veras
crees que alguien vendrá?
Antes de que
pudiera darse cuenta, Benjy se encontraba con el profesor Sephard dentro de su
coche tapado por una lona.
-Los Fetch
no son lo que parecen. Están usando los eBooks para convertir a la gente en su
ejército.
-¿En su
ejército?
-Sí, yo
antes era bibliotecario en el pueblo de al lado.
-¿En el
pueblo de al lado?
-¿Quieres
dejar de repetirlo todo?
-Lo siento.
Pero no hay ningún pueblo al lado, solo granjas –dijo Benjy desconcertado.
-Exacto.
Antes sí lo había, pero vinieron los Fetch y se comieron el cerebro de toda la
población.
-Un momento,
profesor, ¿es que comen cerebros? ¿Y para qué quieren un ejército?
-No se los
comen literalmente. El señor Fetch comenzó vendiendo artículos de limpieza como
feriante, pero el negocio le salió mal. Ahora los eBooks que venden están controlados
por la familia. Las pilas de estos eBooks emiten una radiación que alteran la
frecuencia de la actividad neuronal humana y así consigue controlar sus mentes.
-¿Los eBook
tienen pilas?
-Estos sí. Una
vez los controla es solo cuestión de tiempo que se transformen.
-¿Pero
transformarse… en qué?
-¡En su
ejército de teletubbies! Muchos piensan que los teletubbies son de este
planeta, no sé qué les haría pensar eso. Quieren un ejército para incrementar
la prosperidad de su negocio familiar de la cría de vacas. Pretenden montar una
hamburguesería y engordar a todo el planeta para después montar una
multinacional de herbolarias dietéticas y hacerse ricos. ¡Tenemos que detenerlos!
-¿Y cómo lo
hacemos?
-Nos colamos
en casa de los Fetch, destruimos el cargador de pilas central y los apresamos.
Actuaremos esta noche.
Y así lo
hicieron. Benjy y el profesor Sephard se armaron hasta los dientes aquella
noche para llevar a cabo su escrupuloso y benévolo plan. Se desplazaban por las alcantarillas bajo las
calles del pueblo para evitar cruzarse con el ejército de teletubbies de los
Fetch. Se congelaron en el sitio y se les heló la sangre al escuchar una voz
que gritaba frenéticamente.
-¡Joder! ¡Grábala,
grábala que se menea! ¡Pero sácame a mí también!
-Cuidado
Frank, esa anguila eléctrica parece bastante nerviosa. Podría ser peligroso
–dijo el cámara de Frank de la jungla con la voz temblorosa.
-¡Calla
cojones! ¡Cagao, que eres un cagao!
Benjy no sabía
si sorprenderse más por encontrarse a Frank de la jungla dentro de una
alcantarilla o por la anguila eléctrica que nadaba en aguas residuales.
El profesor
Sephard sonrió con alegría.
-¡Tampoco
habéis comprado ningún eBook! ¡Podéis venir con nosotros y vencer a los Fetch!
-¿Qué mierda
dice este tío? –preguntó el cámara de Frank.
-O lo han
alelao los vapores de la alcantarilla o lo ha electrocutao una anguila. ¡Joder!
¡Joder, que hay más! ¡A ver si nos las encontramos, corre!
Y dicho esto
ambos salieron corriendo en busca de más anguilas eléctricas en la
alcantarilla. Benjy y el profesor Sephard salieron del pestilente conducto una
vez estuvieron bajo la casa de los Fetch. Unos cuantos teletubbies con tutús
rodeaban la casa, y lo que quedaba del colorido ejército marchaba por las
calles con paso uniforme.
Se las
apañaron para entrar torpemente por la ventana y colarse en la sala donde se
encontraba el gigantesco cargador de pilas con el que controlaban a la
población.
El profesor
Sephard sacó un martillo de su bolsillo cuando el señor Fetch entró por la
puerta y se convirtió en un Tinky Winky con dos radares por ojos que hacía
ruido metálico al caminar.
-¿Qué creéis
que estáis haciendo aquí? –dijo agarrándolos del cuello para después lanzarlos
contra la pared con una fuerza descomunal.
Ambos se
retorcían cual abuelitas con reúma en el suelo hasta que el profesor gritó:
-¡Gilbert!
Usa lo mejor que tenemos… ¡piensa en los libros!
El profesor
tenía razón, los libros eran los únicos que podrían salvarlos en aquel momento.
Benjy se sacó de la chaqueta su libro de Harry Potter y el cáliz de fuego
edición de bolsillo y se lo tiró al señor Fetch a la cabeza, aturdiéndolo y
haciendo que cayera al suelo.
-¡Lo
conseguiste, chico! –grito eufórico el profesor Sephard.
Se levantó
rápidamente y golpeó al cargador de pilas gigante con su martillo,
desquebrajándolo. Un montón de luz emanó de él y salió por la ventana,
convirtiendo a todos los teletubbies en humanos de nuevo.
La señora
Fetch, el niño y el perro entraron en la habitación, aullaron y se convirtieron
en los tres teletubbies restantes del cuarteto para levantar al señor Fetch,
quien parecía un pato mareao, y los cuatro ascendieron hacia el cielo,
resplandecientes.
El profesor
Sephard se acercó sonriente al joven bibliotecario y le tendió la mano.
-Has hecho
un buen trabajo, chico. Creo que ahora podremos emprender más de una aventura
juntos.
-Ni se le
ocurra. Ya he tenido suficiente por hoy –respondió Benjy dándole la mano
mientras reía.
Y aquel día
sus caminos se separaron. Por muy interesante que pudiera resultar toda aquella
lucha contra los malvados, él prefería luchar desde los libros de su preciada
biblioteca.
Muy bueno Marta. Sigue así con tus peculiares historias!
- Leo Diago