Cuando una persona envejece tiene demasiado tiempo libre, y
es lo que me pasa a mí ahora. A veces extraño todas aquellas aventuras que viví
una vez de joven y que dieron tanto de qué hablar en su momento. He decidido
escribir todos esos relatos en mi tiempo libre y así dejar que pasen a la
historia y que tal vez salven a alguien de una tarde lluviosa y aburrida en
casa.
Esta historia no me pertenece enteramente, pero creo que es una que no puedo dejar por contar.
Todo empezó el primer día de primavera del año 1052, cuando yo decidí partir hacia Pekín para buscar trabajo. No era fácil para alguien como yo encontrar a alguien dispuesto a dejarme subir a su navío y además que pasase por China. Yo era un griego sin dinero y sin experiencia como marinero, y por regla general no solía caer bien a los británicos que pasaban por el mediterráneo para llegar a China y negociar con esas telas de colores que sólo los chinos tenían. Nunca llegué a tener una túnica de esas telas, pero si vi muchas y puedo asegurar que eran muy bonitas.
Esta historia no me pertenece enteramente, pero creo que es una que no puedo dejar por contar.
Todo empezó el primer día de primavera del año 1052, cuando yo decidí partir hacia Pekín para buscar trabajo. No era fácil para alguien como yo encontrar a alguien dispuesto a dejarme subir a su navío y además que pasase por China. Yo era un griego sin dinero y sin experiencia como marinero, y por regla general no solía caer bien a los británicos que pasaban por el mediterráneo para llegar a China y negociar con esas telas de colores que sólo los chinos tenían. Nunca llegué a tener una túnica de esas telas, pero si vi muchas y puedo asegurar que eran muy bonitas.
Me había pasado el día en el puerto intentando negociar con
alguien el que me llevasen a cambio de ser el cocinero de a bordo. Pero nadie
aceptó. Me disponía a volver a mi morada
cuando de repente choqué con un poste. Al fijarme en el vi que tenía un cartel
pegado y decía lo siguiente:
Se busca tripulación, no importa la experiencia siempre y cuando estén dispuestos a obedecer al capitán. El lote por cabeza es de 50 libras esterlinas. Preguntar por el capitán Barney Green en el Cordero Degollado.
Y eso fue lo que hice. Me dirigí al Cordero Degollado pensando que ese anuncio era demasiado bueno para ser verdad. Por un momento pensé que se trataba de una broma.
Al llegar a la posada pregunte por el capitán Green, y me señalaron un rincón donde un tipo pequeño estaba encogido sobre la silla. Llevaba un abrigo de esos largos que suelen llevar los piratas y no pude distinguirle la cara, por lo que me sorprendí aún más al acercarme y darme cuenta de que ese hombre era extrañamente pequeño y de color verde.
-¿Te quejas de mi color? Eres un maldito unicornio rosa, no seas racista. –fue lo primero que me dijo.
Tuve que admitir eso y disculparme varias veces hasta que el capitán-duende estuvo contento de nuevo. Me di cuenta de que tenía muy mal genio. Después del típico interrogatorio me entregó una bolsita con 50 libras y me citó en el puerto a las cinco en punto de la mañana siguiente.
Siempre he sido muy madrugador, de modo que llegué temprano. Allí habían dos hombres gemelos gordos con una barba negra y poblada, un ogro sin camiseta y un caballito de mar. Al parecer nosotros éramos la tripulación. Un cuarto de hora más tarde llegó en capitán Green y subimos al barco, que era bastante cutre por cierto.
Era pequeñito y estaba lleno de agujeros tapados con tiras de esparadrapo y la pintura estaba desconchada. Además tenía una sirena en proa atada con cuerdas. Nos pusimos en marcha hacia China y comenzamos a conocernos entre nosotros. El ogro sin camiseta me daba bastante grima, así que procuré no hablarle mucho… ¡le vi una mandonguilla en el ombligo, joder! Y pronto cayó la noche. Yo estaba durmiendo plácidamente cuando me despertó la voz de fuego. Asustado, me levanté y vi que todo a mi alrededor estaba en llamas y todos corrían de un lado para otro gritando “¡fuego, fuego!”. Subí arriba y vi al capitán Green riendo como loco junto al timón y al ogro sin camiseta incendiado y rodando por el suelo intentando autoapagarse.
-¡Me cago en el puto Odín! –exclamé antes de ir a buscar el bote salvavidas, pero lo encontré chamuscado. Entonces me di cuenta de que lo único que podía hacer era intentar salvar mi vida. Corrí hacia la borda y pude escuchar como el capitán me gritaba, aún riendo:
-¡Eh, tú! ¡Tú, unicornio! ¡Quémalo todo! ¡Jajajajaja!
Sin hacer caso a ese duende loco de mierda me tiré al agua. Lo bueno que tenemos los unicornios es que sabemos nadar. Volví a Grecia a nado y me metí en mi cama jurando no contar nada sobre el capitán Green ni el barco en llamas a nadie. Y a pesar de que intento no pensar en ello todo el tiempo sigo soñando con su cara verrugosa todas las noches, gritándome a carcajadas que lo queme todo.
Se busca tripulación, no importa la experiencia siempre y cuando estén dispuestos a obedecer al capitán. El lote por cabeza es de 50 libras esterlinas. Preguntar por el capitán Barney Green en el Cordero Degollado.
Y eso fue lo que hice. Me dirigí al Cordero Degollado pensando que ese anuncio era demasiado bueno para ser verdad. Por un momento pensé que se trataba de una broma.
Al llegar a la posada pregunte por el capitán Green, y me señalaron un rincón donde un tipo pequeño estaba encogido sobre la silla. Llevaba un abrigo de esos largos que suelen llevar los piratas y no pude distinguirle la cara, por lo que me sorprendí aún más al acercarme y darme cuenta de que ese hombre era extrañamente pequeño y de color verde.
-¿Te quejas de mi color? Eres un maldito unicornio rosa, no seas racista. –fue lo primero que me dijo.
Tuve que admitir eso y disculparme varias veces hasta que el capitán-duende estuvo contento de nuevo. Me di cuenta de que tenía muy mal genio. Después del típico interrogatorio me entregó una bolsita con 50 libras y me citó en el puerto a las cinco en punto de la mañana siguiente.
Siempre he sido muy madrugador, de modo que llegué temprano. Allí habían dos hombres gemelos gordos con una barba negra y poblada, un ogro sin camiseta y un caballito de mar. Al parecer nosotros éramos la tripulación. Un cuarto de hora más tarde llegó en capitán Green y subimos al barco, que era bastante cutre por cierto.
Era pequeñito y estaba lleno de agujeros tapados con tiras de esparadrapo y la pintura estaba desconchada. Además tenía una sirena en proa atada con cuerdas. Nos pusimos en marcha hacia China y comenzamos a conocernos entre nosotros. El ogro sin camiseta me daba bastante grima, así que procuré no hablarle mucho… ¡le vi una mandonguilla en el ombligo, joder! Y pronto cayó la noche. Yo estaba durmiendo plácidamente cuando me despertó la voz de fuego. Asustado, me levanté y vi que todo a mi alrededor estaba en llamas y todos corrían de un lado para otro gritando “¡fuego, fuego!”. Subí arriba y vi al capitán Green riendo como loco junto al timón y al ogro sin camiseta incendiado y rodando por el suelo intentando autoapagarse.
-¡Me cago en el puto Odín! –exclamé antes de ir a buscar el bote salvavidas, pero lo encontré chamuscado. Entonces me di cuenta de que lo único que podía hacer era intentar salvar mi vida. Corrí hacia la borda y pude escuchar como el capitán me gritaba, aún riendo:
-¡Eh, tú! ¡Tú, unicornio! ¡Quémalo todo! ¡Jajajajaja!
Sin hacer caso a ese duende loco de mierda me tiré al agua. Lo bueno que tenemos los unicornios es que sabemos nadar. Volví a Grecia a nado y me metí en mi cama jurando no contar nada sobre el capitán Green ni el barco en llamas a nadie. Y a pesar de que intento no pensar en ello todo el tiempo sigo soñando con su cara verrugosa todas las noches, gritándome a carcajadas que lo queme todo.
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