Un caso muy común

Posted by Marta R. On 12:02 0 comentarios



Había tenido una mañana muy dura. Al llegar al departamento de policía me dieron un caso que me obligó a moverme hasta un hospital cerca de la costa. Entré de mal humor y me recibió un hombre negro envuelto en una gabardina beige, delgado, muy alto y calvo que se daba ligeros golpecitos con los dedos en su pierna derecha.
-¿Bruce Reese? –dijo extendiéndome su mano.
-Sí señor, usted debe ser el inspector Rasnick.
-En efecto. Acompáñeme y lo pondré al día.
Me llevó a una habitación donde una enfermera acomodaba la almohada a una chica morena llena de quemaduras que estaba conectada a varias bolsas de suero.
-Es la quinta víctima en tres semanas. Por suerte para nosotros, la primera viva.
-¿Víctima? ¿De qué?
-De quién, mejor dicho. Ha habido cinco casos de combustión espontánea en la playa, comenzamos a investigar a partir de la segunda víctima. Al principio se pensó que podía haber sido a causa del sol, pero descartamos esa opción en cuanto aparecieron más casos. Puse a trabajar a un equipo de cerebritos en un laboratorio y no han conseguido darme una respuesta para esto todavía. La única solución, pues, es que alguien está quemando a la gente mientras toman el sol en la playa. Busqué casos relacionados con la quema de personas y me apareció su expediente, señor Reese. Estoy al tanto de ese maníaco llamado Barney Green.
-¿Ya saben que fue él?   
El inspector titubeó.
-Esta es Lilah Flowers, 16 años –dijo señalando la camilla -. Está sedada ahora, pero esperamos que pueda ayudarnos a conseguir un retrato robot al despertar. Decidí adelantarme a los hechos y lo llamé primero, ya que es usted experto en este tema.
Perfecto. Once años de terapia para conseguir olvidar al maldito enano verde y cuando por fin me reincorporo a la faena me dan un caso suyo. Barney Green por aquí, Barney Green por allá… ¡ese tipo verde está hasta en la sopa!
Pasaron dos horas hasta que la chica despertó y el inspector me pidió que fuese a hablar con ella.
-Hola –dije sonriendo al entrar, intentando parecer amable.
Ella se limitó a mirarme un par de segundos seriamente y después desvió la mirada.
-Bien, intentémoslo de nuevo. Soy Bruce Reese… soy policía. Me gustaría hacerte algunas preguntas sobre la persona que te hizo eso.
-¿Qué persona? –preguntó con la voz ronca y arqueando una ceja.
-Un tipo verde y pequeño. Necesito que me hables sobre él para poder encontrarlo.
-No sé de qué me habla.
Comencé a desesperarme.
-Está bien… cuéntame tu versión de los hechos entonces.
Ella me miró fijamente unos segundos antes de comenzar a hablar.
-Estaba yo tomando el sol tranquilamente cuando de repente llegó un dragón y…
-¡¿Un qué?! –dije interrumpiendo. No esperé a que continuara. Salí de la habitación aceleradamente y me dirigí hacia el inspector.
-¿Ya tiene su confesión?
-¡¿Su confesión?! ¡Esa chica no está en sus cabales! ¡Me habló de un dragón!
-¿Un dragón dice? ¡Reese! ¡La muchacha está en plena posesión de sus facultades! ¡Ahora deje de ralentizar el caso y consiga su confesión!
Está bien, no iba a llevarle la contraria a ese hombre. Resoplando, volví a la habitación y me quedé mirándola desde la puerta.
-Muy bien, Lilah. Intentémoslo de nuevo.
-¿Otra vez?
-Otra vez, dice… Sí, necesito que me digas lo que pasó en la playa.
-Como le iba diciendo, estaba en la playa cuando apareció un dragón morado y gigante y me roció desde el cielo. Cuando comencé a arder corrí hacia el agua, me desmayé y después desperté aquí.
-¿Eso es todo?
-Absolutamente.
-¿Alguna otra aportación?
-Ninguna.
Aquella era la conversación más absurda que había tenido en toda mi vida. Bueno, tal vez no… es peor interrogar a las señoras mayores.
-¡Necesito un helicóptero! ¡No, cinco! ¡Que rastreen la zona! ¡Estamos buscando a un dragón morado realmente grande! –gritaba el inspector Rasnick a todo el mundo después de oír lo que le acababa de contar.
-Inspector, ¿habla usted enserio? ¿Buscamos un dragón?
-En efecto, Reese. Usted irá en el segundo helicóptero conmigo y con el francotirador –dijo señalando a un hombre rubio bastante pálido y flaco con gafas de culo de vaso que apenas podía mantenerse en pie. Ignoré el aspecto del francotirador.
-Bueno señor, ¿y qué debemos hacer? ¿Dar la alarma en cuanto veamos a Barney?
-Exactamente –respondió de mal humor.
En menos de media hora yo y mi vértigo estábamos en un helicóptero en busca de un dragón. Más preocupado por la altura que por el panorama del reptil, me sobresalté bastante cuando me sonó el móvil.
-¿Reese?
¡Esa voz…!
-¡Green! ¿Qué es lo que le estás haciendo a la gente?
-Nada, amigo. ¡Si yo fuera tú me daría la vuelta ahora mismo o tendremos culo policial a la brasa para cenar! ¡Jajajajaja!
Me di la vuelta a tiempo para ver a un dragón morado y realmente gigante que volaba tras el helicóptero.
-¡Joder! ¡Inspector Rasnick! ¡Inspector! –grité desesperadamente agarrando al inspector de la gabardina.
-¿Qué sucede, Reese? –dijo girándose - ¡Copón de Cristo! ¡Melvin, fuego!
El escuálido francotirador disparó varias veces al dragón, haciendo que éste chillara rabioso mientras nos lanzaba calurosas llamaradas hasta que cayó contra unas rocas.
-¿Está muerto? –pregunté al inspector con los ojos como platos.
-No lo sé… aterriza, vamos a comprobar que el bicho esté muerto.
Efectivamente, lo estaba. Acordonaron la zona y pasaron horas hasta que se llevaron el cadáver del dragón. Ya había anochecido, y yo estaba sentado junto a los helicópteros contemplando la escena mientras me bebía un vaso de café.
-Nadie debe saber esto, Reese –me dijo el inspector sentándose a mi lado y mirando al cielo.
-¿Cómo dice? Acabamos de matar a un dragón, señor…
El inspector, sin apartar la vista de las nubes, sonrió.
-Por eso mismo. Hay cosas que es mejor dejarlas como están. Eres un buen policía, pero no estás acostumbrado a esto –dijo antes de levantarse.
-Inspector…
-¿Sí?
-¿Había tenido antes otro caso parecido?
Él sonrió de nuevo.
-Que tenga unas buenas noches, señor Reese.
No tardó mucho en ponerse a llover. Cogí mi coche y conducía hacia mi casa, para la que aún me quedaba un buen trecho. Encendí la radio para no aburrirme, pero habían interferencias, así que me puse de mal humor de nuevo y decidí que era mejor conducir en silencio. Un silencio que se rompió con una fuerte carcajada que yo ya había oído mucho antes y que resonó en la oscura carretera.

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