El escape

Posted by Marta R. On 7:11 0 comentarios


-¿Señorita Suede? Acuda al estrado.

Tiffany Suede se levantó de su asiento y fue donde el juez le había pedido. Caminaba despacio y con los hombros encogidos, probablemente incomodada por el hecho de que todas las miradas de la sala de juicios estuvieran fijas en ella. Comenzaron a hacerle preguntas que la muchacha sólo contestaba con movimientos de cabeza o con susurros. Tiene siete años… esto es demasiado fuerte para una niña de siete años.

Tal vez debería comenzar a contar esta historia desde el principio, pero no me entretendré mucho ni repetiré las cosas dos veces. Los hechos son simples.

Estábamos a 1 de enero de 1983, y mientras todo el mundo celebraba la entrada al año nuevo yo me encontraba en mi despacho mirando periódicos viejos. Serían las 3 más o menos cuando sonó el teléfono.

-¿Bruce Reese?

Aquella maldita voz de nuevo. Había estado dándome esquinazo durante dos años. Yo que me volvía loco por tener cualquier pista sobre su paradero y ahora era él mismo el que me llamaba.  La policía tenía un registro completo sobre Barney Green, un loco verde que se dedicaba a quemar el país y sobre el cual nadie sabía nada. De hecho fue él quien reveló aquel nombre en una llamada en directo a un plató de televisión antes de hacerlo volar en pedazos… por lo que sabía podía ser un nombre falso. Sin demora me puse en marcha para localizar la llamada.

-Si yo fuera usted me dirigiría ahora mismo al Healing Hospital, señor Reese.

-¿Qué? ¡Espe…! –pero ya había colgado. A penas habían sido un par de frases… él era listo. Y muy directo. Salí rápidamente hacia el hospital, pero no encontré nada raro cuando llegué. Dudé al entrar, rezaba por dentro para que no se le hubiera ocurrido volver a cerrar la puerta a mis espaldas y quemar el edificio entero. Entré sin más.

-¡Bruce! –me llamó Sarah, la recepcionista. Yo había ido al baile de graduación del instituto con ella, por cierto.

-Sarah… ¿va todo bien?

-Sí, como no. Lo malo de trabajar en un hospital que está de guardia la noche de año nuevo es que no puedes celebrar el año nuevo. Tu amigo dijo que te esperaba en la 31 de la planta de oncología.

-¿Cómo…? ¿Cómo que mi amigo?

-Un tipo bajito, con sombrero y gabardina… ¡ah! Y unos guantes con los colores del arcoíris.

¿Había sido tan estúpido como para dejarse ver? Mi sorpresa al llegar a la habitación 31 y encontrarme con una niña allí no fue muy grande. De hecho hubiera estado más sorprendido de tropezar con una papelera por el camino.

-Hola –dijo la niña.

-Huh… hola, ¿has visto a un hombre bajito y con gabardina?

No hizo falta que la niña contestara, escuché la misma carcajada que me había estado atormentado todo este tiempo en la ventana. Mi instinto me dijo que cogiera a la niña y corriera, y eso es lo que intenté hacer. A penas me había movido dos pasos cuando Green sacó una especie de dispositivo de su bolsillo y pulsó un botón que hizo que todo comenzara a arder. Yo saqué la pistola y le disparé tres veces. No estaba seguro de haberle dado, lo único que quería hacer entonces era coger a esa niña en brazos y salir corriendo del hospital.

Todo el mundo corría por los pasillos mientras sonaba la alarma de incendios y caían leves chorritos de agua del techo. Al salir vi como llegaban varios coches de bomberos y se apresuraban por extinguir el fuego. Entonces recordé que yo había disparado al tipo desde una segunda planta y que debía de haber caído.

Encontré a Barney Green inconsciente en el suelo y con una herida de bala en el hombro izquierdo. Lo arresté y al día siguiente el titular de todos los periódicos era el mismo.
Green había estado 3 días en la cárcel y hoy se decidía cuánto tiempo más en un juicio. Como la pequeña Tiffany Suede había sido testigo de todo aquello habían decidido hacerla testificar también. Dos bancos más adelante estaba el pirómano psicópata. Llevaba el mono naranja que se les daba a todos los presos con sus guantes de los colores del arcoíris resguardando sus manos. Tenía la cara tapada con un pequeño saco ya que su cara verde llena de verrugas y vello canoso era horripilante. Nadie sabe todavía por qué su piel es verde.

Bruce Reese miraba fijamente al duende con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza ligeramente inclinada. Las palabras del juez llamaron su atención.

-Que suba el acusado.

Green se levantó y se acercó al estrado dando pasitos cortos y ridículos debido a que las cadenas de los pies no le permitían dar pasos más largos. Un guardia de seguridad se acercó, le quitó el saco de la cabeza y un mar de murmullos y gritos ahogados apareció en la sala.

-¡¿Pero quién coño es ese tío?! –dijo Bruce, levantándose de golpe y provocando que aumentaran los murmullos a su alrededor.

El hombre que estaba debajo del saco era un chino viejo con ojeras y un bigote que le daba aspecto de gamba, no Barney Green.

-¿Dónde está el acusado? –susurró bruscamente el juez al guardia de seguridad.

Éste se encogió de hombros y seguidamente una fuerte carcajada resonó en la sala.

-¿Qué ha sido eso? –preguntó el juez.

-¡Esta aquí! –gritó la niña.

Al oír eso la gente comenzó a levantarse, a corretear y a gritar mientras se empujaban unos a otros.

-¡Vigilen las salidas y evacúen el edificio! –Ordenó un guardia antes de que se oyera una explosión. - Mierda… ¡Evacúen el edificio!

Un par de horas después todo el mundo se encontraba a salvo en el exterior donde algunos eran atendidos por los paramédicos y algunos otros eran llevados  al hospital. Bruce estaba confuso y rabioso por todo aquello. Había vuelto a darle esquinazo.

-Ese cabrón lo ha vuelto a hacer.

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